Era mejor comprar el circo
Dicen que comenzó la ejecución del contrato por $1.194 millones de pesos para capacitar y sensibilizar durante cuatro meses a conductores y peatones con el fin de mejorar la movilidad ciudadana, y hay en el ambiente un tufillo de putrefacción. La gente no traga entero y patalea, mientras se extiende la sospecha de otro zarpazo contra el patrimonio público.
Sorprende este multimillonario gasto en Cartagena, mientras en Bogotá, modelo mundial en cultura ciudadana, una similar campaña se contrató hace dos años por 65 millones de pesos; la socialización de la prueba piloto para el control de estacionamiento en el espacio público se ejecutó por 99 millones, y la campaña de difusión en radio y prensa para motivar al pago de las multas costó 150 millones. En una urbe, ocho veces más grande y poblada que Cartagena, los gastos, sumadas tres campañas diferentes, fueron cuatro veces más bajos. Contrastan estas cifras de la pionera de la cultura del autocontrol, con las desmedidas de nuestra mil veces ciudad heroica.
Pero no sólo es lo exagerado del costo, se trata de la cantinflada de que la firma ejecutora, Unión Temporal Compromiso por la Vida, con sede en un apartado barrio de Magangue, sin semáforo ni cebras, en forma sorprendente acredita experiencia en capacitación en Magangue, Soledad, Caucasia y Henchí, cuando cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que estas respetables poblaciones no pueden ser referencia de pedagogía social para una ciudad turística e histórica como Cartagena de Indias.
Un monto semejante nos hubiera permitido tener a los artífices de Barcelona, ciudad educadora, o de Curitiba, con su movilidad urbana, o de Tokio, la urbe de la tecnología, con su respeto milenario a las normas. Jordi Borja y Mockus no hubieran cobrado el 10 por ciento.
Pero si las cosas pintaban mal desde el principio cuando se supo del monto y de la acreditación tan singular, la “puesta en escena” ha sido entre melancólica y descarada. Las pocas y deprimentes vallas, los folletos y las cuñas radiales sin estilo, son una mezcolanza de pequeñas actividades, sin un planteamiento de fondo que le dé integralidad, sin impacto social y sin repercusiones en la población. Se trata de una caricatura grosera del concepto de cultura ciudadana.
Un concepto que no se puede quedar en los disfraces, sino que en este caso debe articularse a resultados de reducción de la accidentalidad, a la disminución de las infracciones, al uso de los paraderos y de los puentes peatonales, al respeto de las cebras, a la formación en las escuelas y a la capacitación de los motociclistas y mototaxistas entre otros.
Pero todo indica que se está botando por la alcantarilla el dinero de los contribuyentes. Recursos que se hubieran podido utilizar para inversiones prioritarias, para los que no tenemos un peso, como los destechados de La Popa, los colegios que se están cayendo, los desplazados, los niños desnutridos y los desempleados.
Con esos $1.194 millones de pesos hubiéramos comprado no los siete u ocho encapuchados sin cabezas o con disfraz de cebra de tránsito, que hemos visto en las esquinas aburridos y sin gracia, sino que hubiéramos podido comprar al circo entero, con payasos, malabaristas, domadores, trapecistas y señal de Televisión incluida.
Lo peor es que en la Web de la Alcaldía no hay noticia, por lo que son capaces de alegar que la campaña terminó y que la carpa ya la desmontaron.
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